Cultura

La Carreta Chillona

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Esta leyenda es contada por salvadoreños de antaño que aseguran haber escuchado su paso en medio de la oscuridad. Existen diferentes versiones sobre el origen de este relato.

Muchos cuentan que hace muchos años vivió un hombre conocido como Pedro el malo por su falta de fe. Cada 15 de mayo se celebraban las fiestas patronales de San Isidro Labrador. La gente llegaba con sus carretas para poder recibir la bendición del padre.

Pedro ubicó su carreta cerca de las puertas de la iglesia y a cierta distancia de las otras. Cuando el padre le dijo que ubicara su carreta cerca de las demás para ser bendecida, él se negó y le dijo que estaba ya bendecida por el diablo.

Quiso entrar a la iglesia con la carreta, pero lo bueyes se resistieron y se lograron soltar. La carreta salió calle abajo con Pedro sobre ella. El padre lo condenó y le dijo que andaría en su carreta por toda la eternidad.

Desde esa fecha la carreta recorre los caminos sin bueyes que la dirijan y bendecida por el diablo. El sonido de sus ruedas de madera asusta a los pobladores que han sido testigos del peculiar chillido que producen. Los abuelos aseguran que suele asustar en los pueblos que viven sin amor y armonía.

Otros aseguran que la carreta se le pareció a una mujer chismosa llamada Cirinla. Era una carreta sin bueyes y en la parte del estacado se encontraba una calavera humana con una terrorífica sonrisa.

En su interior se ubicaba un promontorio de cadáveres decapitados que se movían. Los cuerpos tenían manojos de zacate en los espacios donde tendrían que estar las cabezas. Con la mano izquierda sostenían una puya y con la derecha el mango de un enorme látigo de color negro.

Todos danzaban y golpeaban los cuerpos con los látigos. A la vez gritaban y mencionaban los nombres de las personas del pueblo que eran conocidas como mentirosas. Al escuchar la Carreta chillona, Cirinla no pudo contener la curiosidad y salió para ver el terrorífico espectáculo.

Fue tanto el asombro que al siguiente día amaneció muerta sobre un charco de sangre. Su curiosidad la llevó a recibir el castigo por su actitud. Desde ese día la carreta chillona no se volvió a escuchar sobre las calles empedradas del pueblo.

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